La responsabilidad de los pacientes en el cuidado de su salud


Dr. Ángel Fernández Bustillo Nº Col. 6114-NA

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Hace unos días, se anunció que el sistema sanitario del Reino Unido tenía previsto retrasar las operaciones rutinarias de personas obesas o fumadoras hasta que cumplieran con determinadas condiciones de salud, como reducir el peso o dejar de fumar.

No se sabe si la decisión, muy controvertida, se llevará finalmente a la práctica. Pero en el fondo de ella hay una cuestión que cada vez tiene más importancia en el mundo desarrollado. ¿Hasta qué punto somos responsables de nuestra propia salud? Debemos decir que cada vez en mayor grado.

Parece evidente que los avances en la medicina y el conocimiento de las enfermedades está demostrando que los hábitos de las personas tienen algo que ver en la aparición de determinadas patologías. Con un estilo de vida equilibrado y concienciación sobre qué beneficia o perjudica a nuestro cuerpo, las personas podemos contribuir a evitar o retrasar la llegada de muchas enfermedades.

Por otro lado, como cada vez hay más información pública sobre temas de salud, resulta difícil entender que todavía sigamos sin responsabilizarnos completamente de nuestro cuerpo. No podemos vivir en la ignorancia de hace unos siglos, en que se desconocía gran parte de las causas de muchas dolencias. Ahora, sin pretender tampoco desempeñar el papel que corresponde a los profesionales sanitarios, podemos ser muy activos en el ámbito de la prevención.

Esta toma de conciencia se instaura progresivamente en nuestra sociedad, y la prueba está en el éxito que alcanza todo lo relacionado con el estilo de vida saludable: alimentación sana, higiene personal, deporte, cuidados estéticos y vigilancia general de la salud. Gracias a las campañas públicas, los programas educativos y, por qué no, el marketing sanitario, los principios básicos de la salud se extienden con facilidad.

Sin embargo, también identificamos focos de resistencia. Vemos que en determinados segmentos de la sociedad no cala el mensaje de que cada uno debe comprometerse con su bienestar, lo que resulta muy paradójico.

Considero que uno de los ejemplos más claros de esta incoherencia se ve en mi campo profesional, la cirugía oral y maxilofacial; más en concreto en la implantología. Sabemos que la dentadura se degrada con el paso del tiempo de forma ineluctable, pero también somos conscientes de que los hábitos de higiene y alimentación influyen enormemente en la evolución de la salud bucal.

Protocolo de mantenimiento de los implantes

A pesar de las campañas, de los consejos de los diferentes profesionales e incluso de las “regañinas” en consulta, no son pocas las personas cuyas escasas costumbres higiénicas les llevan a perder piezas dentales en cascada y a enfrentarse a complejas y costosas restauraciones, que en parte podrían haberse evitado con una conducta más responsable.

Incluso, en la clínica nos encontramos con pacientes que no se enmiendan después de haberse colocado varios implantes, desde la creencia de que estos se conservan por sí solos, como una maquinaria autónoma. Por el contrario, por su condición de elementos ajenos a la composición natural de la boca, requieren incluso más cuidados que los dientes propios.

De hecho, en Clínica Bustillo mantenemos un protocolo de mantenimiento de implantes que vela por su adecuada conservación, con revisiones periódicas y protocolos regenerativos, para asegurar que cumplen su función y no causan efectos indeseados en los pacientes.

En este protocolo incidimos mucho en el papel activo del paciente en el cuidado. Si no se implica en los hábitos de higiene diaria y evita costumbres nocivas como el tabaquismo o el exceso de alimentos perjudiciales para los dientes, tarde o temprano sufrirá nuevas enfermedades en su boca. Siempre decimos que el mantenimiento de los implantes es una responsabilidad compartida entre el especialista y los pacientes.

Educación y prevención

¿Y cómo mejorar el compromiso? Mi opinión es que no hay que descubrir nuevas recetas sino mejorar y persistir en las existentes: la educación y la prevención. La primera, entendida en un sentido amplio, puesto que no solo debemos pensar en los menores.

Los adultos aún exhiben un gran desconocimiento en temas de salud, pese a la información disponible, como podemos ver, por ejemplo, en las preguntas y comentarios en las redes sociales. Solo con adultos concienciados podremos obtener fruto en las acciones educativas dirigidas a los niños, ya que debe haber continuidad en todos los tramos de la vida. Difícilmente un niño puede consolidar hábitos saludables si los adultos que lo tutelan no les dan importancia.

Hemos avanzado mucho en la política sanitaria de prevención, sin embargo, cuando el ciudadano asume el cuidado de la salud como algo propio, las políticas públicas son mucho más eficaces.