Conviviendo sin traumas con la enfermedad


Dr. Luis Arbea Aranguren

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Tradicionalmente, la psicologia clinica se ha fundamentado en un modelo que ha asociado trauma o hecho traumático con sintomatología psicopatológica y esto, como veremos, no es necesariamente así. Efectivamente, en lo que va de siglo, se están contemplando modelos más salutogénicos, enfoques desde la salud, desde lo positivo, que, sin negar los síntomas enfatizan y tratan de desarrollar la parte positiva de las personas más allá de sus manifestaciones patológicas. Enfoques que no contemplan al individuo como un sujeto pasivo, como un paciente, sino como una persona activo y fuerte, capaz de resistir y de rehacerse de los traumas y calamidades por muy potentes que éstos sean.

Estamos en el ámbito, en el discurso de la Psicología Positiva que, obviamente, va a enmarcar conceptualmente las consideraciones que siguen: un enfoque positivo de la esclerosis múltiple (enfermedad que yo padezco) y, en definitiva, de cualquier enfermedad crónica, degenerativa o no, que no comporte un deterioro mental. Enfoque positivo que nos va a posibilitar una convivencia saludable (y no traumática ) con ella. Un enfoque que lo vamos a exponer en cinco ideas fundamentales.

1. La enfermedad no es la protagonista de nuestras vidas

Es cierto que este tipo de enfermedades nos quitan y nos limitan la vida en muchos sentidos. Es cierto que las limitaciones derivadas de ellas están continuamente presentes en nuestras vidas. Sin embargo, la enfermedad no debe coger excesivo protagonismo. El auténtico protagonista es el ser humano que se debate en su intento de convivir sensatamente con ella. Victor Frankl nos dice al respecto: “No es la enfermedad la que dice algo al ser humano sino es el ser humano el que debe decir algo a la enfermedad”.

Si damos mucho protagonismo a la enfermedad corremos el riesgo de que nos usurpe la identidad. Y eso no es cabal ni lógico porque…

2. Yo no soy mi enfermedad

Lo acabamos de decir. Que la enfermedad no nos robe la identidad. Yo soy el mismo que antes de ser diagnosticado. Soy radicalmente el mismo, eso sí, con un envoltorio distinto: un cuerpo desvencijado y roto. Pero yo no soy mi enfermedad. Yo soy el mismo Luis, el mismo espíritu luchando por no perder ese trozo de libertad que soy, ese trozo de libertad que me hace humano. Incluso algo más…

3. Yo soy algo más que mi enfermedad

Algo más que un cuerpo viejo prematuro y descuadernado. Yo soy Luis que pienso, que me cabreo, que río, que tengo pasiones, que elijo, que sufro, que sueño, que sufro…que vivo. Yo soy un ser humano. Yo soy vida. Una vida que no es una tragedia. Porque la tragicidad no está en la enfermedad, en un cuerpo que no funciona, algo que no depende de mí, que no está en mis manos controlarlo, sino que reside en mi espíritu, en mi inteligencia, en mi emoción, en mi voluntad, y a éstos sí dependen de mí. Dicho de otra manera lo trágico de mi enfermedad, en última instancia, depende de mí, de tal manera que no me roba más sonrisas que las que yo le permito que me robe. Pero aún podríamos dar otra vuelta de tuerca a nuestro razonamiento y afirmar que…

4. Nuestra enfermedad nos puede ayudar a ser más humanos

O como dicel el Dalai Lama “a ser la mejor persona”. Esta idea, tan desarrollada desde la psicología positiva, parte de la hipótesis que cualquier experiencia traumática, cualquier enfermedad puede suponer una excelente ocasión para replantearmos nuestro proyecto existencial y optimizar (encontrar más plenitud) en el sentido de nuestras vidas. Es, en su visión más positiva, el tan actualizado concepto de resiliencia, entendido como aquella capacidad por la que el ser humano no sólo se se adapta y se recupera espontáneamente del desequilibrio sufrido por cualquier experiencia traumática sino que, además, es capaz de cambios positivos en su enfrentamiento con la adversidad. Es decir, la resiliencia como capacidad de crecimiento postraumático. Autores como Calhoum y Tedeschi, 2000 nos hablan de cambios y ajustes en uno mismo (mayor fortaleza para enfrentarse a adversidades futuras), en las relaciones interpersonales (el proceso de la enfermedad nos descubre las -desgraciadamente pocas- auténticas e incondicionales amistades) y sobre todo, cambios en la espiritualidad y en las directrices que nos organizaban nuestro sentido existencial. (prioridad en valores y metas en la vida). Una sacudida postraumática, por tanto, nos puede ayudar a mejorar la conciencia de quiénes somos y hacia dónde vamos, a relativizar muchas “verdades”, a distinguir y elegir lo verdaderamente importante y quizás, a tomarnos la vida más alegremente y disfrutar más de ella. Así pues, y desde este punto de vista, mi enfermedad puede representar una buena ocasión para optimizar el sentido de mi vida.

5. Desarrollar esta visión positiva está en nuestras manos

Y esto es así porque disponemos de las herramientas para lograrlo: nos estamos refiriendo, a nivel general, a los distintos enfoques terapéuticos de la Psicología Positiva; o, a nivel particular, al Programa Fierabrás que concretamente propongo en mi reciente “Conviviendo con la esclerosis múltiple” de ediciones Planeta. Técnicas y herramientas que no son la panacea, que no nos van a hacer milagros pero que están en nuestras manos y, como mínimo, nos van a recordar que somos algo más que nuestra enfermedad, que ninguna experiencia traumática nos debe robar la cuna y que nunca debemos olvidar aquello que nos decía el poeta que “detrás de cada lágrima siempre se esconde una estrella”.