Drogas y sociedad


Fermín Castiella Lafuente

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Las drogas han estado conviviendo con los ciudadanos siempre y el uso que se ha hecho de ellas ha variado en el tiempo, tanto que la misma sustancia en unos pocos años ha pasado de prohibida a legal y de gran aceptación y prestigio como el café, y a la inversa como ahora vivimos el fenómeno del tabaco.

Por lo tanto, para comprender un fenómeno tan complicado como este, es necesario que no nos limitemos a un aspecto del mismo, corremos el grave riesgo de perdernos las características más interesantes del mismo y no entender cómo se desarrolla, y lo que tiene mayores consecuencias, cómo se debe actuar y/o participar del mismo.

En general, tenemos que hablar de las drogas y no de la droga y tenemos que aceptar que tanto el tabaco como el alcohol son drogas y por ser las más cercanas a los ciudadanos, son las mas consumidas y las que mayor daño causan. Pero estas drogas, tan integradas en nuestra cotidianeidad, no suelen ser motivo de preocupación ni tampoco de reflexión. El resto de drogas, las ilegales, por aquella historia reciente que vivimos con la heroína, porque son menos conocidas y también vinculadas con delincuencia, nos parecen más peligrosas y contra las que debemos actuar. Está claro que cualquier intervención que se plantee frente a las drogas, debe contemplarlas en su conjunto ya que también se suelen consumir varias a la vez.

En Navarra, casi el 90% de las personas menores de 18 años han probado el alcohol. En esas mismas edades, si nos referimos al cánnabis, droga ilegal más consumida con diferencia, quienes han probado suponen un 50%. Hay que tener en cuenta que la dispensación y venta de alcohol a menores de 18 años también está prohibida, por lo que igual tendríamos que considerar a ambas como drogas ilegales, al menos pensar que la venta de alcohol debería tener cierto control. La primera conclusión que podemos hacer es que la mayoría de la población vamos a probar las drogas y gran parte de los mismos seguiremos consumiendo con cierta frecuencia, ya que el consumo de alcohol se mantiene a lo largo de los años. Si queremos abordar el fenómeno, tendremos que reflexionar sobre el estilo de vida dominante en nuestra sociedad.

El tiempo de ocio y la cuadrilla juegan un papel importante en los comienzos de los consumos. Podemos afirmar que la mayoría de las personas inician los consumos de drogas en el grupo de iguales y esta característica se mantiene prácticamente invariable a lo largo de la vida. Estos consumos vinculados a los momentos de ocio, configuran el panorama de las relaciones que establecemos con las drogas.

El tiempo de ocio es aquel que no corresponde a los momentos productivos y del que cada persona es dueño del mismo y por tanto decide qué quiere hacer. Se trata de una conquista social, cada día más valorada y es el momento para disfrutar “a tope”. Este es el mensaje constante que se transmite. Ante cualquier “puente” festivo nos lanzamos a la carretera millones de ciudadanos para desconectar del trabajo y divertirnos, pagando un precio tanto social como económico considerable por ello.

Los jóvenes navarros de entre 15 y 24 años manifiestan que salieron de fin de semana anterior a la encuesta casi el 80%, y uno de cada cuatro de quienes salieron, bebieron alcohol. Otros datos referidos al consumo de drogas en esta población indican que el mes anterior habían tomado alcohol el 50%, el 21% alcohol y cánnabis y 13,6% otras mezclas (V Encuesta de Juventud. Fundación Bartolomé de Carranza 2003). Se puede deducir que al menos existe una dependencia funcional entre consumo de drogas y relaciones sociales. A pesar de estos datos de consumo, la mayoría de estas personas no van a presentar problemas y modificarán las formas de consumir a medida que se introduzcan en el mundo adulto y disfruten del ocio correspondiente a esa edad. (El informe del Observatorio Europeo de las Drogas y toxicomanías, revela que la mayor parte del uso recreativo de drogas forma parte de un estilo de vida estable y consumista que se limita a una determinada fase de la vida de los jóvenes antes de que éstos asuman responsabilidades laborales y familiares, año 2002).

El comportamiento de nuestros hijos e hijas tiene que ver con la educación recibida. Educar es una tarea indelegable de padres y madres, apoyados por los profesionales de las instituciones como docentes o sanitarios y modelados con el conjunto del entorno social en el que vivimos.

En las familias es donde se adquieren los valores que se transmiten con “lo que se hace y no con lo que se dice”. Es donde se configura el estilo de vida y los comportamientos que al final determinarán cómo nuestros hijos e hijas se van a enfrentar a la vida y por tanto también de las relaciones con las drogas. El proceso educativo de la prole finaliza cuando ésta adquiere el grado de autonomía suficiente que garantice la vida de forma independiente. Para ello tenemos que esforzarnos para que tengan un concepto ajustado de sí mismos, para ello, tenemos que aceptarlos como son, valorar su logros, manifestarles cariño y marcarles límites, proponerles expectativas ajustadas, valorar los éxitos en función del trabajo y no únicamente de resultados…

En una sociedad tan materialista como la nuestra, transmitir valores de participación social también se consideran factores de protección, así como esforzarnos para que sean capaces de ponerse en el lugar de otras personas para tratar de comprenderles favorece la comunicación, y buscar tiempo para participar en actividades de ocio de forma conjunta.

Con todo lo anterior, lo que se pretende conseguir es que las personas sientan que pertenecen a una familia, a una escuela, a una comunidad y que se sientan orgullosos y con intenciones de mejorar. Los consumos de drogas forman parte del estilo de vida que se configura en la sociedad y tratar de modificar éste desde el síntoma “consumo de drogas” resulta imposible. Hay que abrir el campo mira.