Elogio del cáncer


Tomás Yerro Villanueva. Catedrático de literatura, jubilado

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En su Elogio de la locura (1511), Erasmo de Róterdam acuñó una modalidad de ensayo filosóficoliterario destinada a indagar con suma lucidez en la cara B, la oculta, de las situaciones y comportamientos considerados por la mayoría temibles y rechazables. Al rebufo del magisterio del gran humanista holandés, hoy circulan numerosos libros que ponderan con rigor la duda, la imperfección, la lentitud, la pereza, el fracaso, el olvido, la ingenuidad, las humanidades…, a contracorriente de los valores y tendencias sociales en boga.

Elogiar el cáncer puede parecer una provocación obscena teniendo en cuenta que se trata de una enfermedad en plena expasión, que, según un estudio de la Sociedad Española de Oncología Médica fechado en 2016, “sigue constituyendo una de las principales causas de morbi-mortalidad del mundo, con aproximadamente 8,2 millones de muertes relacionadas con tumores en el año 2012”.
Aseveraciones análogas se aplican a España, “uno de los países europeos en los que se diagnostican más tumores y en los que fallece un mayor número de personas por cáncer.” En el imaginario colectivo, a menudo desconocedor de los alentadores datos sobre el aumento de los índices de curación, la palabra cáncer está asociada inexorablemente a muerte. Y, en el mejor de los supuestos, a múltiples, variadas y prolongadas penalidades sufridas por sus víctimas. A pesar de los pesares y sin quitar un ápice de gravedad a la cuestión, creo que es posible, una vez superado el inevitable duelo clínico al recibir el diagnóstico, enfocarla desde una perspectiva distinta de la habitual, desde luego más esperanzadora y no exenta de realismo. La resumiré en los siguientes puntos.

1) Si la salud es el estado de armonía, de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades, “la enfermedad -en la definicón de la OMS- sería una alteración o desviación del estado fisiológico en una o varias partes del cuerpo, por causas en general conocidas, manifestada por síntomas y signos caracteristicos, y cuya evolución es más o menos pevisible”. Con demasiada frecuencia se olvida que la enfermedad constituye la plasmación
de un rasgo sustancial de la condición humana: la fragilidad. El cáncer nos recuerda dolorosamente, y a veces de forma abrupta e inesperada, nuestra vulnerabilidad.

2) Su irrupción en nuestras propias vidas o en las de nuestros seres queridos nos refresca la
memoria sobre otra característica humana nuclear: la interdependencia. Si el hombre es por naturaleza un ser social, con mayor motivo cuando la dolencia se manifiesta en toda su crudeza e impone la necesidad de recurrir al sistema sanitario y a nuestros familiares (por lo general, más cohesionados que nunca en estos casos), amigos y conocidos para salir a flote de una coyuntura difícil. En tales trances, las redes sociales de verdad, no las virtuales, revelan sus excelentes potencialidades.

3) El enfermo -vigía de sí mismo- suele disponer de tiempo para meditar acerca de materias a las que, cuando su salud parecía de roble, quizás no les prestó suficiente atención ni valoró en sus justos términos: la importancia capital de la esfera de los sentimientos más nobles, tales el amor, la amistad, la camaradería, el compañerismo, la convivencia armoniosa y fértil… Depurado a la fuerza de perturbaciones inútiles, tal vez descubra o redescubra los elementos psicológicos, convivenciales y espirituales (no necesarimente ligados a la práctica de una religión) en los que se asienta la auténtica dicha. O haga suyas las palabras del poeta José Hierro: “Llegué al dolor por la alegría. / Supe por el dolor que el alma existe. / Por el dolor, allá en mi reino triste, / un nuevo sol amanecía.”

4) En las crisis se descubre la genuina personalidad del individuo. De su propia actitud, no solo la de los demás, dependerá la eventual resolución de sus problemas. “No hay nada bueno ni malo; solo nuestro pensamiento hace que sea así”, afirma el príncipe Hamlet de W. Shakespeare.
Abundan los testimonios de pacientes acerca de su ejemplar resiliencia, término con el que la Psicología denomina la resistencia psicológica, esto es la capacidad de mantenernos en pie ante la adversidad, de superarla e incluso de salir reforzados de ella con un profundo reajuste de la escala de valores intelectuales, psicológicos y éticos. La enfermedad, sobrellevada con espíritu positivo, contribuye a lograr una mirada sobre el mundo y las personas mucho más lúcida, independiente y esencial que cuando se gozaba de buena salud, lo cual permite distinguir lo trascendente de lo secundario y, si las fuerzas alcanzan, cultivar un carpe dien sencillo y vivificador. Como escribe el libanés Jalil Gibrán, “En el rocío de las cosas pequeñas el corazón encuentra su alborada y se refresca.”

5) Aunque sus perspectivas de curación sean realistas, el enfermo canceroso propende a realizar balances autobiográficos. Se halla en el momento adecuado para poner en práctica virtudes que acaso quedaron abandonadas en la cuneta durante demasiado tiempo, como la gratitud y el perdón, requisitos imprescindibles para lograr una verdadera paz interior mediante una reconciliación consigo mismo y con los demás.

6) Ante el panorama en ocasiones incierto de los diversos tratamientos oncológicos y quirúrgicos, el paciente se encuentra en condiciones idóneas para plantearse lo que tal vez nunca pasó por su cabeza: la redacción de un documento de últimas voluntades o testamento vital (firmado por 4.876 personas en Navarra hasta el 1 de junio de 2017), que en su momento servirá para encauzar de la mejor manera posible los últimos momentos de su existencia.

7) La muerte es una dimensión sustancial de la vida, la única certeza, a la que se le suele temer, de la que no no gusta hablar y a la que se la recluye las más de las veces en el ámbito sanitario. Sirva como muestra Navarra: de los 5.680 fallecidos en 2015, 1.682 lo hicieron en su domicilio (29,6 %) y 3.712 (64,5 %) en hospitales y residencias socio-sanitarias. El largo proceso clínico puede contribuir a que el enfermo prepare su despedida definitiva viviendo su propia muerte con plena consciencia y en las mejores condiciones factibles.

8) En último término, tiene la oportunidad de conocer de primera mano y beneficiarse de la calidad profesional y humana del personal sanitario; de tratar a fondo a hombres y mujeres muy diversos, hermanados por su exclusiva condición de enfermos; y, también, de agradecer el mérito de muchos donantes anónimos y conocidos (pongamos que hablo de Amancio Ortega) que facilitan la vida de los pacientes y sus familiares (por ejemplo, a través de la Asociación Española Contra el Cáncer) y se suman a la tarea de completar los equipamientos médicos existentes y de desarrollar investigaciones clínicas destinadas a salvar muchas vidas azotadas por una de las plagas del siglo XXI.

Cualquier enfermedad, incluido el cáncer, puede convertirse en un elemento de superación, purificación y humanización del paciente y de sus allegados si se afronta con espíritu esperanzador y optimismo realista. Por increíble que parezca. Quien lo probó lo sabe.