La falta de deseo sexual en la mujer (I) Hoy tampoco tengo ganas.


José Luis García (1) y Satur Napal Lecumberri (2)

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La falta de deseo sexual femenino, técnicamente más conocido por deseo sexual inhibido es, sin duda, la disfunción sexual más frecuente en las consultas de psicología-sexología. Se trata de un problema de salud, a nuestro juicio muy relevante, que en la mayoría de los casos tiene efectos negativos en la mujer y en su relación de pareja y por tanto puede afectar a su vida cotidiana.

Desde nuestra experiencia profesional nos encontramos ante una disfunción sexual femenina compleja que una de nuestras pacientes nos resumía de este modo “Me resulta casi imposible meter deseo donde no hay deseo”. Esta idea que es vivida por la mujer como de enorme dificultad, la hemos encontrado con relativa frecuencia en nuestra consulta clínica de psicología-sexología, en el Centro de Atención a la Mujer de Iturrama, de carácter público, durante más de 30 años.
En ocasiones esta vivencia de gran dificultad dificulta la motivación y es vivida como una losa por la mujer que se ve incapaz de cambiar su realidad, resignándose a tener esa parte de su vida sin resolver. Si esta mujer vive con una pareja que le demanda actividad sexual, cosa frecuente por otra parte, la situación, como se podrá comprender puede resultar insoportable.
En cualquier caso, en el tratamiento de esta disfunción a pesar de su complejidad, se han obtenido resultados que podemos calificar en términos genéricos como satisfactorios, con diferentes modelos psicológicos de terapia sexual. En la actualidad no hay tratamientos farmacológicos eficaces, aunque los laboratorios -con un excesivo protagonismo en el área de las terapias sexuales- a tenor de la prevalencia mundial de esta disfunción, buscan incesantemente un medicamento que estimule el deseo en la mujer.
Paradójicamente si nos retrotraemos unas cuantas décadas atrás, en nuestra sociedad occidental, y en nuestro país en la primera mitad del siglo XX, la ausencia de deseo sexual en la mujer era considerada como normalidad. Basta que le preguntemos a nuestras abuelas a este respecto para que tengamos una idea de cómo han vivido su sexualidad las mujeres que nacieron en esa época. Tradicionalmente el deseo sexual en la mujer se ha asociado al vicio, la prostitución o la enfermedad. No hemos de olvidar por su trascendencia cultural, que en la mitología religiosa católica el icono de Eva y su deseo en forma de ingenua manzana – el famoso pecado original- provocó la ira de Dios y los posteriores desastres fuera del paraíso. ¡Menuda carga que ha tenido la mujer – y consiguientemente su deseo sexual- desde entonces!
Por fortuna los avances científicos, el conocimiento racional y los cambios sociales acontecidos en el último siglo han permitido abordar este problema desde una perspectiva de salud integral. Citar al menos los trabajos pioneros de investigación de la conducta sexual de Masters y Johnson y de H.S Kaplan, que dieron un giro radical a la comprensión del deseo femenino. Las investigaciones y estudios desde entonces se han incrementado sensiblemente.

¿Qué es el deseo sexual inhibido?

Hay muchas definiciones sobre el deseo inhibido pero, para este artículo, baste ahora considerar como punto de partida una disminución significativa -que puede llegar hasta la ausencia total- de la motivación para involucrarse y participar en la actividad sexual. Esta situación provoca un malestar con diferentes implicaciones para la mujer y su pareja y, más temprano que tarde, puede vivirse como un conflicto de diferente intensidad, si bien el sufrimiento psicológico es generalizado para las dos personas implicadas.
Este problema lo encontramos en la consulta con relativa frecuencia, en forma de discrepancias en las demandas de la mujer y las de su pareja: un claro desequilibrio que puede provocar conflictos de muy diferente naturaleza., Por otra parte, no es nada nuevo si tenemos en cuenta las creencias y comentarios populares al respecto, comunes por ejemplo en las “ bromas” de parejas en la cuadrilla, incluso en parejas jóvenes: Es típico oír comentarios y quejas que resumen la idea de que ellos siempre tienen ganas y ellas casi nunca.
En este sentido tenemos que señalar que persisten todavía diferentes creencias erróneas sobre el deseo (las mujeres tienen muchas menos ganas, el deseo tiene que surgir de manera natural, si nos queremos nace espontáneamente, a cierta edad desaparece, los hombres siempre tienen ganas, después de tener hijos las mujeres pasan del sexo, comer chocolate o una copita de moscatel aumenta el deseo, …. etc) Para nosotros si bien el deseo está anclado en un soporte fisiológico, es resultado ante todo de complejos procesos psicológicos.
En nuestra opinión, el deseo casi siempre hay que provocarlo. En efecto para que el fuego no se apague hay que echarle leña. Fuera de los procesos de enamoramiento, el deseo necesita una permanente estimulación, debiéndose adaptar a los inevitables cambios que conlleva el ciclo vital. Promover y estimular todos los sentidos serán actuaciones necesarias para normalizar el deseo. Uno de los recursos más interesantes son las fantasías sexuales que habrán de ser desarrolladas a partir de lecturas, visionado de audiovisuales, recuerdos…etc. Las fantasías sexuales son el músculo del deseo y los músculos hay que ejercitarlos para evitar su atrofia, como veremos en la segunda parte de este artículo en el próximo número 47 de la revista.
A menudo podemos constatar que la falta de deseo acaba provocando una menor excitación y ésta, a su vez, ausencia de placer lo que puede desembocar en un rechazo-aversión al sexo, más acusado si las relaciones se viven como una cierta imposición explicita o no, por parte de la pareja. Cuanto más presiona la otra persona por tener sexo, más tiende a cerrarse la mujer con problemas de deseo sexual aumentando la disfunción.
En el deseo, interactúan muchos componentes de los que destacamos al menos tres: La capacidad de excitabilidad neuro-fisiológica que se asienta en unas estructuras corporales, una capacidad cognitiva favorecedora de actitudes positivas y abiertas hacia la sexualidad, así como una capacidad para sentir y expresar sentimientos y sensaciones.