La inteligencia emocional


Dr. Garrido-Landívar, E.

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Todos estamos de acuerdo con la gran reflexión que hizo hace nada el premio Nóbel de Fisica: «En todo proyecto en la vida, se necesita emoción, si no hay emoción, no existe tal proyecto»( Börh, 2003).

Hace tiempo que hemos experimentado en nosotros mismos y en los demás que no hace más quien puede, sino quien quiere. Y también hemos oído decir que poder es querer, pero no es tan cierto como hemos dicho generación tras generación; hay que querer de verdad. Y, queriendo, posiblemente podamos hacer aquello que queríamos. Cuánto inteligente con carrera, y qué poca carrera -emocional- tiene ese inteligente, porque no es igual inteligencia a saber estar, a saber comportarse, a tener éxito en la vida, a ser agradable con los demás, a disfrutar; a tantas y tantas cosas que hemos dicho con sentido común: Hace más el que quiere que el que puede.

Esto sería la inteligencia emocional: la capacidad que uno tiene -que la puede estimular, aprender y desarrollar- para reconocer sentimientos en sí mismo y en los demás, siendo hábil para administrarlos cuando trabaja con los demás y consigo mismo, cuando estás en grupo y cuando estás solo, cuando te es fácil y cuando estamos en emergencia emocionalestrés (Daniel Goleman).

Es difícil y costoso, pero somos analfabetos en emociones; a pesar de ese analfabetismo y de las evoluciones antropológicas del hombre sobre la tierra, las emociones han permanecido, incluso a pesar de no hacer nada por ellas, de tenerlas abandonadas y olvidadas… Somos analfabetos, pero sin inteligencia emocional no sabemos ni podemos vivir.

En definitiva, la inteligencia emocional es emoción, pasión, motivación, humor, empatía…muchas cosas que hemos ido dejando en el camino de la vida, en la medida en que nos hemos agobiado por tener dos casas, dos apartamentos, viajar aunque no podamos, vivir por encima de nuestras posibilidades; y así y todo no somos felices o no nos satisface todo este paquete de emociones fatuas, inmaduras, egoístas, que tienen tanto poder sobre nosotros que nos esclavizan.

Empatía

El cociente de inteligencia solo supone un 20% del éxito en nuestra vida. Sin embargo, el 80% restante es el resultado de esa inteligencia emocional que todos tenemos y que no sabemos ni usar, ni siquiera definir. Supone tener herramientas necesarias para automotivarte, en una tarea monótona, en un trabajo concienzudo, en una forma de trabajar sistemática, la actitud después de una vacaciones, y ante una crisis que a todos nos afecta de una u otra manera. Supone persistencia, perseverancia y voluntad; sin esas emociones no hay vida y no se logra nada, se vive vacío o «se vive de memoria». El control de impulso, la regulación del humor y la empatía, no son otra cosa que ponerse en el lugar del otro, conectar con él. No hace falta expresar con palabras nuestras emociones, hay que tener la habilidad para captar un lenguaje lleno de emociones que transmite su tono de voz, sus gestos, sus palabras dichas de una manera diferente, su forma de saludar todos los días en el trabajo. A todo esto se le llama empatía.

La actual experiencia de la que hablan los profesores de niños pequeños en los colegios indica que cada generación tiene un pequeño declive en las condiciones emocionales a lo largo de la industrialización del mundo, de la comodidad de los propios padres, del dejar hacer sin querer entrar en sacrificios…; de muchas maneras y modos: unos explícitos y otros soterrados, donde el afecto, el amor, la dedicación desinteresada en esta etapa va difuminándose lenta y paulatinamente, pero deja su huella generación tras generación. Esta tendencia refleja ansiedad y depresión en grado incipiente, falta de atención, desórdenes en las funciones ejecutivas y conductas delictivas. ¡Sin emoción inteligente, no hay vida!

Emoción equilibrada

La meta sería tener emociones, pasiones apropiadas y ajustadas a una realidad personal y social, de nuestro entorno, sin que nada ni nadie nos desajuste esa emoción o nos la exagere, de tal manera que nos difumine nuestra realidad interior. Claro que es difícil, máxime si no sabemos nada de cómo estamos constituidos por dentro y por fuera. ¡Mira que somos inútiles los humanos! Pero así somos y así intentamos seguir; nos afanamos por prepararnos en ingeniería, en nuevos recursos, para hacer la vida más fácil y cómoda al hombre; nos esforzamos en pagar, a costa de todo, una casa, un viaje, unas vacaciones…y, nada hacemos por entrar dentro de nosotros y ver qué somos y qué queremos ser…

Esta es la gran crisis del ser humano. Busca por mal camino lo que no encuentra por más que se afane y se esfuece. Nunca habíamos tenido tal nivel de vida ni habíamos sido tan infelices. Jamás habíamos vivido tan bien exteriormente y tan mal en nuestro fuero interno. ¡La inteligencia emocional implica buscar verdaderos caminos de felicidad, de emoción, de amar y ser amado! Seguro que quien me lea está pensando en lo ridículo de este discurso, pero no se pregunta ni se plantea con qué nivel de emoción vive, si ama y se siente amado. Sin quererlo, damos la espalda a esa herramienta que se ha dado en llamar inteligencia emocional. Lo que es válido es siempre la verdad de ti mismo.

Clima emocional

Todo este mecanismo que parece tan simple, y al mismo tiempo tan complejo y difícil de llevar a cabo, está en ese cerebro pequeño, casi anatómicamente insignificante por tamaño, que llamamos la amígdala. Ella es la encargada de dar un clima de emoción a los hechos y a los acontecimientos de nuestra vida interior y social. Vemos con los ojos y oímos con los oídos, pero esa información o señal acústica o visual pasa por el tálamo -otra área cerebral-, y sigue su camino hacia áreas de la corteza cerebral donde se integra y se analiza. Pero muchas emociones no siguen dicho camino, y sin pasar por el filtro de la corteza, se integran en un circuito de «atajo» que se llama la amígdala para dar una respuesta emocional, ya sea de miedo, de huída o de lucha. Este es el “alerta cerebral” que dice coloquialmente Daniel Golman.

Por eso muchas de nuestras emociones que no se filtran en la corteza cerebral, para decretar una conducta correcta tras el análisis de la señal que hemos recibido, son emociones que muchas veces nos llevan a pequeñas trampas y nos hacen tomar la decisión equivocada. Por eso, cuando tenemos emociones muy profundas -la muerte de un hijo, de un ser muy querido, un juicio, una enfermedad grave…-, la amígdala la graba con tanta fuerza en ese diminuto cerebro emocional que nos atrapa en el dolor y nos hace distorsionar la realidad pensante y consciente en muchas etapas y temas de nuestra vida.

Lograr ese equilibrio, filtrar y analizar las señales que recibimos y cargarlas de emoción para que esa emoción sea el mejor clima para vivir de mejor manera con nosotros mismos y con quien nos rodea, eso sería a la postre, la Inteligencia Emocional.