La obesidad, un riesgo en aumento para la salud


Dra. María Teresa Carrasquer Pirla. Medicina Interna

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La obesidad se debe a una ingesta alimenticia con aporte calórico superior al requerido para las necesidades energéticas de cada individuo.

Se trata de una enfermedad metabólica crónica de gran trascendencia sociosanitaria y económica que constituye un problema de salud pública. Además de un problema estético, altera la calidad de vida de quien la padece y aumenta la morbimortalidad de tal forma que, tanto el sobrepeso como la obesidad se consideran tan importantes como otros factores de riesgo clásico relacionados con la enfermedad coronaria.
Algunas personas tienen tendencia genética a ganar peso con más facilidad que otras porque queman calorías más lentamente, pero aunque los genes influyen sobre el tipo y el tamaño corporal, el ambiente también desempeña un papel fundamental.
En los últimos años ha habido un aumento en la incidencia de la obesidad, debido a los cambios en el estilo de vida con un aumento del sedentarismo y de la ingesta de alimentos hipercalóricos ricos en grasa, sal y azúcares pero pobres en vitaminas, minerales y otros micronutrientes.

¿Cómo realizamos el diagnóstico?

El diagnóstico se basa en la estimación del índice de masa corporal (IMC) que resulta del cociente entre el peso (kg) y la altura (m2). Es por lo tanto, variable a lo largo del tiempo y también con el sexo.
El valor obtenido en este índice se ajusta según unos intervalos que facilitó la organización mundial de la salud (OMS) para evaluar el estado nutricional de los individuos.
Si el IMC es igual o superior a 25 se considera sobrepeso, y si es igual o mayor a 30 estaríamos hablando de obesidad.

¿Qué tipo de obesidad es la más perjudicial desde el punto de vista cardiovascular?

Atendiendo a la distribución grasa, podemos clasificar la obesidad en abdominal o androide (acumulación de grasa en abdomen, tórax y cara); periférica o ginoide (acumulación de grasa en muslos y caderas) y obesidad homogénea (no predominancia de exceso de grasa en una zona localizada).
La obesidad que se relaciona con un aumento de riesgo cardiovascular es la abdominal, ya que el acumulo de tejido adiposo se da alrededor de algunos de los principales órganos, lo que puede provocar todo tipo de efectos, como alteraciones del colesterol total, aumento de triglicéridos, resistencia a insulina, incremento del riesgo de diabetes tipo 2, hipertensión, ciertas neoplasias y fenómenos proinflamatorios y protrombóticos. Por todo ello, el riesgo cardiovascular se multiplica.

¿Cuál es el principal mecanismo de daño?

El tejido adiposo además de actuar como almacén de moléculas grasas, sintetiza y libera a sangre hormonas relacionadas con el metabolismo de principios inmediatos perjudiciales para la salud y la regulación de la ingesta.

¿Cómo podemos reducir este riesgo cardiovascular?

Los pilares básicos del tratamiento de la obesidad siguen siendo las dietas hipocalóricas controladas y la práctica de ejercicio físico aeróbico regular durante unos 40 minutos al día, como caminar, bailar, natación, gimnasia de mantenimiento,…
El deporte consigue una reducción de la cantidad de grasa del cuerpo, sin influir tanto en el peso corporal como tal. Esto a priori puede parecer insuficiente, sin embargo el parámetro que interesa reducir es la masa grasa, de forma que evitamos la progresión de la placa de aterosclerosis y los eventos coronarios agudos en los sujetos obesos.
No hay que obsesionarse con perder peso rápidamente, hay que evitar dietas estrictas o deporte excesivo.

¿Quién debería fomentar estilos de vida saludables?

Es necesaria la participación activa de muchos colectivos como el gobierno, los profesionales de la salud, la industria alimenticia, los medios de comunicación y los propios consumidores.
Es claramente necesario poner un mayor énfasis en los beneficios de la actividad física.