Síndrome de piernas inquietas


Itziar Gastón . Facultativo Especialista de Área del Servicio de Neurología B. Complejo Hospitalario de Navarra

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El Síndrome de Piernas Inquietas ha sido un gran desconocido hasta hace pocos años. La necesidad de mover las piernas que aparece en reposo, sobre todo por la tarde-noche, puede provocar una gran discapacidad en muchos casos. Su detección o reconocimiento, su diagnóstico y un tratamiento adecuado pueden mejorar la calidad de vida de estas personas, que con frecuencia desconocen que sufren un proceso tratable.

En los últimos años venimos oyendo hablar mucho del Síndrome de Piernas Inquietas (SPI). Pero exactamente ¿qué es, en qué consiste? Se trata de un proceso que ya fue descrito en el siglo de XVII pero no tomó este nombre hasta 1945. No podemos incluir bajo este síndrome cualquier movimiento de las piernas como pueden ser los tics u otros movimientos repetitivos que hace mucha gente en situaciones de nerviosismo o impaciencia y que pueden detener de forma voluntaria.

El SPI se define como una necesidad imperiosa de mover las piernas, generalmente acompañada o precedida de síntomas en las mismas, difíciles de explicar y que con frecuencia son relatados como pinchazos, pesadez, quemazón, hormigueos internos o sensación de tener bichos en las piernas….Además aparece o empeora en momentos de reposo, mejora o desaparece con el movimiento, caminar, estiramientos…Suelen aparecer o empeorar llamativamente por la tarde o por la noche, de forma que impiden el descanso o la conciliación del sueño. El beneficio que aporta la movilización suele ser temporal, sólo mientras se mantiene la actividad, por lo que al volver a reposo los síntomas reaparecen y así cíclicamente. Es fácilmente deducible que en los casos moderados o severos pueden afectar de forma severa al descanso nocturno (dificultad y retraso en la conciliación del sueño, despertares frecuentes durante la noche) con gran repercusión sobre la calidad de vida. En algunas ocasiones los síntomas pueden incapacitar también durante el día, de forma que las personas afectas no pueden ir al cine, teatro, espectáculos porque los síntomas reaparecen a los pocos minutos de permanecer sentados. Es muy típica la circunstancia en la que un paciente nos cuenta: “…no puedo coger el sueño porque noto una sensación extraña en las piernas que no puedo definir bien, pero me tengo que mover, me levanto y doy un paseo por la habitación o me doy unos masajes en las piernas, me las mojo con agua… y se pasa; cuando me tumbo, al poco rato vuelven los mismos síntomas”

No es fácil precisar a qué población afecta. Algunos casos son muy leves y por lo tanto no serán nunca diagnosticados pero si no resultan problemáticos, tampoco necesitarán un tratamiento. Se calcula que los casos con repercusión en la vida diaria pueden afectar aproximadamente al 2-4 % de la población. Es más frecuente en mujeres y alrededor del 60% de los casos tienen antecedentes de síntomas similares en familiares y habitualmente los síntomas acentúan con la edad. Hasta el 80- 90% de los casos asocia otros movimientos nocturnos en piernas, involuntarios, llamados movimientos periódicos de las piernas, de los que el propio paciente no suele ser consciente pero que también pueden influir negativamente sobre la calidad del sueño.

¿Se conoce cuál es la causa del SPI?

En primer lugar hay que diferenciar entre SPI primario o que podríamos llamarlo “auténtico” y SPI secundario, que es aquél que se relaciona con otras enfermedades o circunstancias. En este último caben destacar como causas atribuibles la falta de hierro en sangre, el embarazo, la insuficiencia renal crónica, la toma de algunos fármacos como neurolépticos, antidepresivos, fármacos con acción antidopaminérgica (algunos medicamentos para favorecer la digestión, para los vértigos); también puede estar asociado a enfermedades reumáticas, a la diabetes o a polineuropatías (lesiones de nervios que llevan la sensibilidad y/o la fuerza a las piernas). El SPI primario no se asocia con ninguna de estas circunstancias y parece que tiene un origen cerebral, se relaciona con niveles bajos de hierro en el sistema nervioso central y éstos provocarían una disfunción a nivel de la dopamina, pero desconocemos cuál es la causa primera que provoca todos estos cambios.

¿Existe tratamiento para estos síntomas tan extraños?

En primer lugar hay que decir que no todos los casos de SPI van a precisar tratamiento, sólo en aquéllos en los que los síntomas incomoden.

En el SPI secundario habrá que tratar el proceso con el que se relaciona: aporte oral o intravenoso de hierro si éste está bajo, habrá que suspender medicamentos que puedan estar provocándolo o sustituirlos por otros, en algunos casos como la insuficiencia renal crónica o hemodiálisis los suplementos de hierro pueden ser beneficiosos. En los casos asociados a enfermedades reumáticas o polineuropatías con frecuencia hay que recurrir a los mismos tratamientos que en el SPI primario.

En el SPI en primer lugar hay que tomar medidas generales que favorezcan el sueño y evitar el consumo de tabaco, alcohol, café y otros excitantes que pueden empeorar los síntomas. Si con las propuestas anteriores no es suficiente habrá que pasar al escalón siguiente: el tratamiento farmacológico. Ya hemos comentado previamente que en el SPI primario existe una disfunción dopaminérgica, por lo que el abordaje farmacológico se divide entre fármacos dopaminérgicos y no dopaminérgicos. Entre los dopaminérgicos se encuentran los tratamientos más utilizados en la actualidad: los agonistas dopaminérgicos. Se trata de fármacos que se unen a los receptores donde actúa la dopamina y realizan una acción similar a ésta. Hoy en día se utilizan tres, pramipexol, ropinirol y rotigotina, todos ellos con una eficacia similar en torno al 80-90% de los casos. El otro fármaco dopaminérgico es la levodopa, sustancia que tras ser ingerida será transformada en el cerebro en dopamina. En general con este grupo de tratamiento son necesarias dosis bajas de fármaco por lo que se toleran bien. En algunos casos ocurre un fenómeno llamado potenciación que consiste en el empeoramiento progresivo de los síntomas después de haber apreciado una mejoría temporal y que puede obligar al cambio de tratamiento. Dentro de los fármacos no dopaminérgicos se diferencian varios grupos: anticonvulsivantes (carbamazepina, gabapentina, pregabalina), benzodiacepinas (clonacepam) y opiáceos, estos últimos para casos resistentes o más severos.

En conclusión, el SPI es un síndrome que aunque antiguo, ha sido un gran desconocido hasta hace unos años a pesar de provocar gran discapacidad y merma en la calidad de vida de las personas que lo sufren. Uno de sus problemas es su cronicidad, por la que los pacientes intentaban acostumbrarse a él desconociendo que se trata de una enfermedad. Tal y como hemos visto es fácilmente reconocible y sobre todo debemos saber q u e existen opciones de diagnóstico y tratamiento que aportan una mejoría sustancial de los síntomas y con ello de la calidad de vida de los pacientes.