Su piloto tiene depresión, puede usted volar tranquilo


Dra. Cristina Soler González. Especialista en Psiquiatría. Hospital Miguel Servet (Zaragoza)

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Aproximadamente una de cada cuatro personas padecerá algún problema de salud mental en algún momento de su vida. Entre ellos, la depresión, es la cuarta enfermedad más común del mundo, afectando a más de 350 millones de personas. El 30-40% de muertes por suicidio son precedidas por intentos autolíticos.

La depresión es una enfermedad en la que la persistencia de sentimientos severos de tristeza o síntomas relacionados a esta, afectan a una persona a la hora de relacionarse con otros, trabajar, o simplemente, a afrontar el día a día. Predomina en casos de depresión severa enlentecimiento motor, que incluso puede llegar a la inhibición.
Las personas con esta patología presentan gran riesgo de exclusión social, bien porque no sean comprendidas o bien porque sean rechazadas por su entorno, a lo que se la añade la propia tendencia al aislamiento que acompaña a la sintomatología de la enfermedad.
Por otra parte, también la exclusión social por cualquier motivo a la que puede verse sometida una persona considerada como “sana”, puede llevar a desarrollar un trastorno depresivo, por lo que la depresión no sólo es causa, si no que también puede ser consecuencia de la exclusión social.
En el peor de los casos, la enfermedad puede llevar al suicidio (generando aproximadamente un millón de muertes anuales), pero sólo el 3% de las personas con enfermedad mental cometen actos violentos, cifra que se asemeja a la de la población general. El suicidio en estos casos, suele ser un acto autoinfligido, que normalmente se realiza en la soledad de la desesperación.

El enfermo mental es víctima de su propia situación

De esta manera hay que diferenciar a un enfermo mental de aquel que sufre un trastorno de la personalidad asociado con un estilo de vida socialmente desviado tendente a ignorar las normas sociales para satisfacer su propio déficit de estimulación, y que es consciente en todo momento de sus actos y del daño que estos pueden ocasionar. En estos casos, la detección de las ideas de muerte, son mucho mas complicadas por la preparación premeditada y la ocultación de su intencionalidad.
El enfermo mental sin embargo, es víctima de su propia situación. En la prevención del suicidio, a veces hay algunos indicios que nos pueden ayudar a advertir un posible riesgo, como pueden ser las notas de despido, cerrar asuntos pendientes, llamadas inusuales, cambios de carácter e incluso comentarios sobre la búsqueda del fin. La identificación de estas señales deberían poner a las familias sobre aviso e iniciar diferentes estrategias para minimizar el riesgo. Entre ellas podrían ser avisar a servicios de emergencia, limitar a la persona el acceso a posibles medios lesivos, no dejar solo a la persona (usar a los amigos si hiciera falta), hablar y preguntar sobre su ideas y sin juzgar plantearle una ayuda externa. El reto que plantea la desesperación del suicidio es encontrar otras maneras de resolver esos sentimientos intolerables. El apoyo de la familia y/o amigos, los tratamientos psicofarmacológicos y la psicoterapia constituyen factores muy valiosos para la prevención de la tentativa suicida y/o del suicidio consumado.
Mucho se ha especulado sobre lo que le ocurría al piloto que estrelló un avión, seguramente no sabremos que pensaba por esa cabeza cuando realizó ese acto atroz. Lo que está claro es que no es un acto típico que suelan realizar las personas con depresión. La pena es que estas circunstancias provocan mayor estigma y discriminación a personas vulnerables.
Así, si este verano planea irse de vacaciones, y piensa que quizá está en riesgo de morir porque la persona que está a su cargo en un avión, en un tren, en un barco… tiene depresión, no debe tener más miedo que el que le pueda generar el pensar morir por vivir su propia vida.